Arnaldo Córdova
L
a lucha política, ni duda cabe, es dura y sumamente fatigosa cuando se hace desde la oposición de izquierda. Y eso es más relevante cuando se refiere a un movimiento como el de Regeneración Nacional, que no solamente cumple con sus objetivos de oposición de izquierda, sino que enfrenta la enorme tarea de crear un nuevo partido y, ante todo, de legitimarlo en un muy corto plazo. Luchar políticamente desde Morena requiere, por lo mismo, de un doble esfuerzo.
Desde luego, aunque se trata de dos objetivos distintos, éstos se resuelven en un mismo campo: construir el partido mientras se lucha por la transformación de México. De hecho, los grandes objetivos de lucha, por ejemplo, contra la reforma energética privatizadora y contra la reforma hacendaria y el aumento de impuestos, se están logrando cada vez más a través del esfuerzo organizativo de Morena como partido y ya no solamente debido a los llamamientos de Andrés Manuel López Obrador. La asistencia a las grandes concentraciones es ahora obra en lo fundamental de la nueva organización partidista en vías de creación.
Cuando hace ya más de un año se planteó la conversión de Morena en partido, el entusiasmo fue desbordante y esta doble tarea no apareció muy clara. El tiempo nos ha enseñado que la edificación del partido es mucho más ardua de lo que cualquiera hubiera imaginado, que se ha requerido de una enorme paciencia con métodos de lucha extraños y la casi nula militancia partidista de la mayoría de sus integrantes y también con el modo de actuar de grupos que provienen de otras formaciones políticas en las que las cosas se hacen de una manera que en el nuevo partido se trata de erradicar.
Por otro lado, también se ha aprendido que la organización de este nuevo partido no puede llevarse a cabo si no es mediante la movilización por las grandes causas nacionales. La organización del partido sólo será posible en la medida en que haya una movilización permanente por la defensa del petróleo, en contra de la expoliación fiscal de los mismos contribuyentes de siempre (dejando intactos los grandes intereses monopólicos que no pagan impuestos) y en la solidaridad con los pueblos y comunidades afectados por los fenómenos meteorológicos.
Ya no se trata, como pareció verse al principio, de la simple tarea de montar mesas de afiliación en los lugares públicos y enlistar a los nuevos adherentes. Se trata de su formación en la misma lucha política, de movilizarlos por objetivos políticos que van más allá, pero que acompañan a la formación del partido. López Obrador ha logrado imbuir esta idea fundadora en todos los militantes y simpatizantes de Morena. Su indiscutible poder de convocatoria no se ha limitado a que se ingrese a la nueva organización, sino que ha sido constante su llamado a luchar por la nación y las causas populares para formar al partido.
El resultado aparente han sido las enormes concentraciones que, lejos de disminuir en número, se ven acrecentadas cada vez que se invoca la lucha la transformación del país. El resultado real es el incremento de quienes se suman a esta causa. Cada concentración es más grande porque hay cada vez más adherentes a la misma. Para muchos eso no es suficiente. Se quisieran mayores resultados. Esos pequeños logros no parecen frenar con eficacia la derechización de México. A veces cunde la decepción y la desesperación hace estragos. ¿Para qué todo esto? Se preguntan. Así no se logra nada.
Es un modo de atarse las manos. La lucha por la nación, como también lo ha expresado López Obrador, es la lenta pero segura formación de un gran consenso que, a la larga, tiene que llevar a la reforma moral y política de México. En el pasado, las grandes transformaciones del país se dieron por la vía revolucionaria. No hubo otra manera de cambiar. Las grandes reformas en las que se plasmó el cambio fueron fruto de las sucesivas revoluciones que se operaron a lo largo de la historia. ¿Estamos en condiciones de seguir cambiando sólo a través del cataclismo de la revolución?
El líder tabasqueño se ha planteado la cuestión con toda seriedad y toda responsabilidad. Si hay hoy una revolución posible es la revolución de las conciencias, no la de las armas. La divisa es sumar voluntades y utilizar sólo los caminos que nos abren la política y la vía legal. Hay que llegar a crear una mayoría moral, ha dicho López Obrador, que haga posible cerrar el camino a la derechización de México, que es equivalente a su disolución definitiva como país y como nación. Crear esa mayoría es tarea de todos los días. La vía es la lucha pacífica y legal y de ninguna manera la violencia.
La violencia es la vía de la derecha incrustada en todas las instituciones del Estado y de la sociedad. No puede ser nuestro camino no sólo porque no nos conduciría a ningún lado, sino porque a nosotros no nos ofrece nada como movimiento. Nuestras armas son las de la razón no las vías de hecho. La tarea es convencer a un vecino, a cualquier ciudadano, de que pase a formar parte de esa mayoría en gestación que un día logre corregir el rumbo de la nación. Es el convencimiento del prójimo para que se una a nuestro esfuerzo.
“Vamos creciendo –dijo López Obrador el domingo pasado-. Somos muchos y seremos más, porque así lo exigen las circunstancias… Debemos construir entre todos una voluntad colectiva para que seamos cada vez más y más y, de esa manera, se pueda triunfar y se pueda tener buenos resultados”. Las concentraciones son sólo una muestra. No es lo que se busca, pero a través de ellas se va construyendo ese nuevo consenso. A los que se decepcionan y se desesperan no se les puede dar otra razón: tenemos que llegar a ser una mayoría para decidir el futuro de este país.
Los que exigen medidas más radicales, como por ejemplo un paro nacional (que nadie ha sabido explicar en qué consistiría o cómo se llevaría a cabo) o huelgas de pagos, tienen todo el derecho de hacerlo. Lo único que el dirigente de Morena les pide es que lo planteen de cara a la ciudadanía y, si ésta decide que se haga, se hará. Pero se debe poner atención en el hecho de que a la vuelta de la esquina, cuando se plantean medidas de lucha, acecha la violencia y ése no es nuestro camino. Con el consenso de los ciudadanos, bienvenidas sean todas las propuestas, pero respetando nuestra opción por la vía pacífica.
López Obrador lo dijo en su discurso con toda claridad: “… tenemos un ideal que es construir aquí en la tierra el reino de la justicia y eso implica que vamos a luchar toda la vida, sin decepcionarnos, sin entristecernos, sin perder la fe y las esperanzas. El principio de la no violencia, sostenido con autenticidad, con perseverancia, sin desbordamientos ni traiciones, es más eficaz… que cualquier acción extremista o supuestamente radical. La violencia es la vía de ellos, es su vía, no la nuestra. Nosotros queremos transformar a México por la vía pacífica y lo vamos a lograr”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario